ladrillos vivos

Una arquitecta argentina creó un proyecto para cultivar ladrillos vivos que crecen gracias a ciertos hongos.

Juliana Lareu es una docente universitaria que hizo realidad el sueño de cultivar su propio hogar

Tomando como base la experiencia Alemania, Holanda y otros países, creó ladrillos hechos con residuos.

La materia prima es el descarte que producen las cervecerías artesanales y los aserraderos.

Con el bagazo de la cebada, las virutas de madera y el aserrín, la producción de este tipo de ladrillos inicia.

La magia de la vida se produce gracias al micelio de dos tipo de hongo: Ganoderma Lucidum (Reishi) y Pleurotus Ostreatus (Hongos Ostra).

El hongo se alimenta de los residuos, creando una red aglomerada y compacta de partículas que se adapta al molde que lo contiene.

El resultado es un producto resistente, biodegradable, liviano e ignífugo que se utiliza en la construcción.

Por su característica porosidad, los ladrillos también sirven de aislante térmico y acústico.

Lareu, junto a profesionales de la computación, la geología y la biología, exploran distintos alcances del proyecto.

Uno de los refugios fúngicos construido en Bariloche demostró que el micelio continuaba creciendo. Este dato confirma que se trata de un bioma que puede transformarse de acuerdo al medioambiente que lo rodea.

Al ser un producto compostable, los ladrillos se degradan en un lapso de 180 días al contacto con la tierra y la humedad. Caso contrario, la durabilidad se extiende por varios años, siendo ideales para estructuras temporales o móviles.

Respecto a los costos, cada ladrillo vivo cuesta, en promedio, lo mismo que uno tradicional de tipo hueco.