El ejemplo más claro del misterio de ver caras en todas partes es la tendencia que tenemos a formar figuras con las nubes.

La ciencia se ha dado a la tarea de de develar el misterio de por qué no dejamos de ver caras por todas partes.

Nuestro cerebro tiene la capacidad de identificar ojos y bocas en objetos inanimados.

Al igual que percibir emociones y estados de ánimo de los mismos.

Esa capacidad de reconocer figuras corporales se llama pareidolia.

Dentro de la pareidolia, son las nubes, las manchas de humedad o las pinturas abstractas las preferidas por el cerebro para reconocer.

El misterio de ver caras se explica pero atribuir emociones o sentimientos a las mismas es la incógnita.

Un reciente estudio explica que el mismo proceso que utilizamos para las caras reales se usa en las falsas.

Cuando conocemos a una persona, en el rostro encontramos información que nos permite conocer su estado de ánimo.

Es ahí cuando el cerebro entra en movimiento, realizando procesos de reconocimiento y asignando valores a los mismos.

Así, el cerebro economiza los procesos y traduce las mismas reglas sin discriminar entre realidad e ilusión.

Los científicos aseguran que en realidad se trata de una evolución normal del ser humano.

Dicha función cerebral es heredada de los primates y es parte del instinto de socialización y preservación de la especie.