La desdolarización de la economía mundial es un proceso creciente que suma adeptos con el pasar de los días.
El dominio que supo conquistar el dólar sobre las finanzas del mundo empezó a caminar sobre una cuerda floja.
Estados Unidos, la potencial mundial que decidió el destino de algunos países durante siglos, está al bode del colapso.
La economía yanqui no ha sido capaz de incrementar sus reservas y resolver el grave problema fiscal que arrastra.
Para tapar uno de los tantos huecos que padece, la gestión actual solicitó elevar el tope de la deuda.
La decisión significó un avance para la oposición y la clara muestra de la difícil situación que vive el país.
Aprovechando la coyuntura, las naciones históricamente adversas empezaron a ver con buenos ojos a la desdolarización.
En dicho proceso, China ofrece su moneda como un sustituto al dólar para que la rueda de la economía siga girando.
A la idea se suma Rusia, conformando un bloque sólido que fortalece el creciente poderío de Oriente.
Desde América también empezaron a surgir guiños hacia la desdolarización definitiva de los mercados. Brasil, Venezuela y Bolivia empezaron a incluir en sus discursos la propuesta de cambiar al dólar por una moneda común.
Tanto Malasia, Egipto e Irán empezaron a utilizar sus monedas nacionales para negociar con otros países. A la tendencia se sumaron Indonesia y Corea del Sur.
Si consideramos las proyecciones de los próximos años, la desdolarización de la economía no es más una opción sino una obligación.
Sea por convencimiento o por miedo, la realidad es que las reglas del juego en las finanzas cambiaron.
Las constantes modificaciones al tablero político corren en paralelo a un nuevo orden mundial que apenas empezó. En ese nuevo orden, la desdolarización es una consigna pendiente.