Brasil

Una turba de bolsonaristas enfurecidos tomaron los tres poderes de Brasil este domingo pasado en un intento de golpe de estado.

A dos años de la toma del Capitolio en Estados Unidos, en Brasil se replica la receta de la ultraderecha.

Una turba integrada por simpatizantes de Jair Bolsonaro asaltaron los edificios de los tres poderes.

Aunque Bolsonaro intentó despegarse del conflicto, el pasado lo condena.

El parecido entre lo ocurrido en Estados Unidos y Brasil aviva las sospechas de un movimiento neofascista mundial. En ambos disturbios, los líderes celebraron desde una cómoda mansión lo ocurrido mientras los fanáticos realizaban desmanes.

Por la barbarie observada, las contradicciones entre el discurso y las acciones de los bolsonaristas son evidentes. Al mismo tiempo que reclaman orden e intervención de las fuerzas armadas, destrozan y pisotean el patrimonio que pertenece a todos los habitantes.

Los desmanes ocurrieron este domingo, en plena época turística, bajo la mirada atónita de locales y extranjeros.

Un detalle que no es menor es la liberación de la zona por parte de quienes deberían resguardar el orden.

Por lo sucedido, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva autorizó a la intervención de las fuerzas federales.

En su discurso, Lula se refirió también a la complicidad de los funcionarios públicos que hicieron la vista gorda.

Desde su refugio en Florida, Bolsonaro lanzó un tibio descargo que poco convence a quienes conocen su trayectoria.

Mientras realizaba un recuento de los daños, Lula prometió aplicar todo el peso de la ley contra los malechores.

Según versiones extraoficiales, el plan del ataque circuló en las redes sociales de grupos bolsonaristas.

En el ojo de la investigación se encuentran sectores del agro, políticos de la oposición y funcionarios de la gestión actual.

La gravedad de lo sucedido en Brasil es enorme y agrega una nueva página al movimiento de ultraderecha.